Lo hice mal. Lo sé.
Quizás no debería haber entrado nunca a
aquella habitación. Oscura, húmeda y fría.
Pero allí estabas tú, en aquella
esquina, agachado, como pocas veces te había visto.
La persona con quien había
compartido todo y ahora; sin embargo, te veía como un extraño.
En cuanto te
miré, todos mis sentimientos salieron a flote.
-¿Qué me pasa?, me pregunté-.
No
sé qué fue lo que me impulsó a abrazarte, pero me abalancé sobre ti como si
nunca antes lo hubiera hecho.
Tras el intenso y cálido abrazo, tus ojos color
café, en los que tantas veces había visto reflejada mi sonrisa, se toparon con
los míos. Sí, fue algo mutuo. Lo sé. Los dos nos necesitábamos.
Quizás el
destino ha jugado un papel muy importante en toda esta historia.
Lo hice mal. Lo sé. Pero no me arrepiento de
nada de lo que hice ese día.
Entré a aquella habitación empujada por el destino
y mírame.
Volviendo a compartir sonrisas, abrazos y besos contigo.
Con la
persona que siempre va a formar parte de mi vida. Dejé el orgullo atrás tras girar
el pomo de aquella puerta. Y, ¿sabes qué? Que no me arrepiento.
Elena Alonso